El jabón, como sustancia tensioactiva por excelencia, forma parte del origen de la historia de los detergentes sintéticos actuales. Los detergentes, del latín detergere (limpiar), son productos utilizados para la eliminación de la suciedad de ropas, utensilios, superficies duras y aseo personal. «El desarrollo de tales detergentes domésticos e industriales viene determinado por varios factores, tales como los descubrimientos científicos, el desarrollo técnico, las facilidades y aplicaciones disponibles por los usuarios, así como los requerimientos y deseos de los usuarios, que dependerán también del nivel de vida y de los tipos de tejidos o materias usados para fabricar los objetos que deban limpiarse», señala el especialista Juan Vicente Robledo, de reconocida trayectoria y experiencia mundial en el sector de la limpieza e higiene profesional. Robledo estima la importancia de analizar el proceso de los productos actualmente en uso llegando a los orígenes y, en este caso, apunta que «en cualquier revisión histórica hay que hacer una referencia y un canto de alabanza obligado al jabón, si se desea entender el desarrollo de los detergentes». «El jabón forma parte del origen de la historia previa de los detergentes sintéticos actuales. Se trata de la sustancia tensioactiva y/o detergente por excelencia, que el hombre utilizó desde la antigüedad y se ha considerado siempre como uno de esos productos químicos que inevitablemente ha acompañado, en unos casos, e inducido, en otros, a la existencia de un mejor nivel de civilización», destaca. Aunque el experto consigna que «no es posible determinar en qué época se empezó a usar el jabón para limpiar», cuenta que «los primeros indicios científicos sobre su fabricación son originarios de las antiguas civilizaciones de los países del Próximo Oriente. Durante las excavaciones efectuadas en Tello, en el área entre el Éufrates y el Tigris, se encontró una tablilla de arcilla, que databa de unos 3000 años a.C., y que llevaba una inscripción que describía la fabricación del jabón. Las materias primas empleadas eran cenizas de ciertos arbustos, cultivadas en las zonas pantanosas de Caldea, y aceite hirviendo”. También «se conocía el jabón y el lavado, en Egipto, ya en los años 3200-2270 a.C., tal como se deduce de los títulos de dignatarios tales como El Maestro Lavador y El Maestro Blanqueador en la corte. La disponibilidad de álcali era en aquel tiempo un problema importante. A este respecto, Egipto estaba en una situación muy favorable porque disponía de álcali procedente de los llamados “lagos de sosa” de las regiones del Nilo Superior». «El arte de la fabricación del jabón fue llevado por los fenicios desde Egipto hasta el Sur de Francia alrededor del año 600 a.C. De aquí se difundió a Alemania, España e Italia. Los romanos aprendieron este arte de los galos y de las tribus germánicas 600 años más tarde. Plinio el Viejo, escribiendo en el año 70 a.C., indica que el sebo de cabra y las cenizas de haya son los mejores ingredientes para fabricar ´sapo´”, continúa Robledo. «Volvamos al siglo XIX -propone el especialista- Aún disponiéndose ya del jabón sódico duro de buena calidad y bajo precio, su uso en el lavado de la ropa significaba una tarea penosa, algo menos desagradable en países cálidos que en los fríos, pero en cualquier caso un esfuerzo humano duro y un consumo de tiempo elevadísimo. La imagen del lavado de la colada en los lavaderos públicos o en los ríos, hace menos de 50 años, parece pertenecer a épocas lejanas en el tiempo si nos situamos en el nivel tecnológico en el que vivimos». Sintéticos «En 1831, Frémy y Runge mezclaron 8 libras de aceite del algodón y 1 libra de ácido sulfúrico. Después de diluir con agua y neutralizar con hidróxido sódico, el comportamiento del producto de la reacción era semejante al de una solución de jabón. Más tarde se halló que el aceite de ricino tratado con ácido sulfúrico concentrado resultaba muy efectivo para promover el teñido Rojo Turco, y es todavía conocido como aceite Rojo Turco. Tales productos fueron aplicados desde 1850 en adelante a la industria textil, principalmente como agentes humectantes», indica Robledo. Agrega que «una ventaja muy apreciada era la resistencia del producto sintético a los ácidos y al agua dura. Esta última propiedad es, naturalmente, de mayor importancia en relación con su aplicación en detergentes domésticos». Luego, «hacia finales del siglo XIX, hubo una considerable escasez de aceites vegetales y grasas animales. Ello fue debido a dos factores principales: la población aumentó, requiriendo más grasas y aceites comestibles, y la industria consumía cantidades cada vez mayores de aceites y jabones». «En 1913, una serie de experimentos de laboratorio, efectuados por Reychler, dieron por resultado la preparación de una serie de compuestos puros cuyas propiedades humectantes eran muy similares a las del jabón. Ello condujo a un más avanzado desarrollo de productos industriales que, sin embargo, no fueron satisfactorios como detergentes domésticos. Siguió un periodo de intensa investigación y, alrededor de 1930, se disponía de un gran número de tensioactivos. Algunos de estos productos fueron usados en champús y fueron vendidos en apreciables cantidades a las amas de casa», resume Robledo en su revisión. NG-10 de septiembre de 2015 / Fuente: revistalimpiezas.es