A principios del siglo XX, llegaron desde Europa, las Columba Livia que, con los años, se transformaron en una plaga difícil de manejar. Buenos Aires tenía sus palomas, las torcazas (Zenaida Auriculata), las torcazitas (Columbina Picui), las picazuritas (Columba Picazuro), las manchadas (Columba Maculosa) y la yerutí (Leptotila Verreauxi), a las que la inmigración agregó las domésticas Livias, que usaba como mensajeras o alimento. Pero la invasión comenzó en el último lustro de la década de 1910, cuando de un palomar cercano a la Avenida de Mayo se escaparon las aves y tomaron el centro porteño por asalto. Los edificios imitan las alturas de los acantilados en donde anidaban originalmente y encuentran alimento de quienes les dan migas de panificados o maíz en las plazas o de la basura. En el campo han sido perseguidas con diferente éxito, por el perjuicio que causan a las cosechas. Esto las convierte en un peligro para la salud, pero también para los edificios y los monumentos que son afectados por la acidez de sus heces que además, cuando se secan, se convierten en polvo que llevado por el viento puede ingresar por las vías respiratorias y transmitir enfermedades, como sitacosis y alergias. Para algunos, aunque la legislación no las considere así, son una plaga de la ciudad, al punto de que hay quienes las llaman “ratas con alas”; otros lamentan que no programas para su control: la mayoría reclama que no se las alimente en las plazas, aunque parezca muy bucólico hacerlo. En algunos edificios se colocaron púas plásticas o metálicas para evitar que aniden; redes, geles y repelentes químicos, y sistemas de ondas complejas de radio frecuencia. Otros métodos son los ultrasonidos para palomas, los búhos plásticos, los globos con ojos terroríficos y los imitadores de gritos de depredadores. Hay empresas especializadas en control de aves y en métodos electrónicos y mecánicos. En algunos lugares se utilizan anticonceptivos para bajar la población a límites aceptables, pero es necesario que las palomas no puedan acceder a otras fuentes de alimentos. Por no estar declarada plaga en muchos lugares del país y esté prohibido matarla, las empresas de control sólo pueden instalar métodos de ahuyentamiento o captura con liberación a distancia, aunque habría que soltarlas a más de 700 kilómetros del lugar de captura, ya pueden recorrer esa distancia en un día a una velocidad de casi 90 kilómetros por hora. La propia naturaleza está dando respuesta al tema: ante la superpoblación de palomas, a Buenos Aires están llegando sus predadores naturales, como caranchos, halcones peregrinos y gavilanes mixtos, que actúan sin la planificación lógica de un control de plagas.