Los demonios y espíritus malignos eran la causa de peste e infecciones, según las creencias más antiguas. Hipócrates (460-377 a.de C) fue uno de los adelantados de la asepsia cuando recomendaba el uso del vino o agua hervida para lavar heridas; años después, Galeno (13l-200 a. de C.) hacía hervir los instrumentos que usaba para atender las heridas de los gladiadores. Sin embargo, pasarían cientos de años para que los cirujanos comprendieran la razón de estos cuidados. La Biblia menciona el flameado de uniformes y armas entre los soldados hebreos que volvían de batalla. La brea obtenida por filtración fue usada por médicos egipcios y chinos para tratar heridas y se sabía que extractos de plantas, incluidos vinos, vinagre y aceite de rosas, aplicados sobre heridas favorecían su curación. Los persas, 450 años antes de Cristo, sabían que el agua conservada en recipientes de barros perdían su condición de potabilidad. Si los recipientes eran de cobre o de plata se mantenían bebibles y Aristóteles recomendó a Alejandro Magno hervir el agua que daría a beber a la tropa para evitar enfermedades. Hasta el siglo XVIII, la desinfección por agentes químicos ha sido practicada a través de múltiples procedimientos, aunque a veces no resultase fácil diferenciar el principio activo que intervenía. La más antigua referencia a una desinfección de edificios por un producto químico aparece en la Odisea, 800 años antes de Cristo, cuando Ulises, después de matar a sus rivales, ordenó que se quemen las casas aplicando el azufre. Los compuestos mercuriales han sido los más utilizados como desinfectantes, y como pintura o revestimiento en China, la India, Egipto y su utilización en medicina fue retomada por los árabes, que la transmitieron a Europa. Estos compuestos fueron utilizados para combatir la sífilis en Italia en 1429. Desde muy antiguo, los marineros habían observado que las algas y los hongos no crecían en los recipientes revestidos con cobre por lo que se recomendaba su uso para mantener alimentos y agua. Años después, durante la epidemia de peste bovina en Europa al comienzo del siglo XVIII, se recomendaban medidas para desinfectar los locales. Giovanni Lancisi, médico de los Papas Inocencio XII y Clemente XI, aconsejaba en 1715 lavar con soda cáustica fuentes, recipientes y abrevaderos y en 1730, Carlos VI de Francia ordenó pintar con cal viva los establos y lavar con soda cáustica los recipientes. En 1715, Lancisi recomendó el vinagre para desinfectar los objetos que habían estado en contacto con bovinos afectados con la peste. En cuanto a la desinfección por procedimientos físicos ha sido practicada desde la más remota antigüedad. Una de las primeras ideas fue usar fuego para purificar locales, cadáveres y utensilios sospechosos de enfermedades y, en Pérsia, Avicena (980-1046) en el libro III de su Canon indicaba que el agua puede potabilizarse por evaporación, destilación y ebullición, método que actualmente tiene vigencia en los casos de extrema contingencia y en 1782, Lavoisier mandaba descontaminar por ebullición de los vestidos de las personas enfermas de tuberculosis.