Una limpieza exhaustiva para impedir la presencia nociva de microorganismos asegura la protección para las personas alérgicas al polvo.
Cualquier tarea de limpieza de un lugar público requiere de procedimientos que aseguren una correcta higienización. Las personas alérgicas al polvo pueden empeorar su patología si el lugar donde viven o trabajan no se limpia de forma exhaustiva.
Los espacios deben higienizarse al máximo grado para impedir que los ácaros se acumulen. Estos microorganismos provocan reacciones alérgicas en determinadas personas. Además, son responsables de que enfermedades relacionadas a las vías respiratorias se agraven.
Los ácaros se concentran en los lugares en los que se amontona el polvo y en las áreas con humedad y calor. Entre sus hábitats preferidos, están los colchones y los sofás. Asimismo, las alfombras, las moquetas y la ropa de cama son otros textiles susceptibles de albergar un elevado número de ácaros. Se calcula que en un solo centímetro de polvo pueden encontrarse hasta 500 de estos microorganismos. Teniendo en cuenta que se reproducen cada tres semanas es imprescindible limpiar con mucha frecuencia para evitar la proliferación de los ácaros.
Es fundamental higienizar correctamente el lugar donde trabaja o habita el alérgico. No debe haber ni rastro de polvo tras las operaciones de limpieza. Por esa razón, se recomienda pasar la aspiradora una vez a la semana, como mínimo. También es básico ventilar cada día el dormitorio.
Las fundas para colchones y almohadas son grandes aliadas de los alérgicos al polvo porque impiden que entren en contacto directo con los ácaros. Respecto a la higienización de los muebles, se aconseja que la limpieza se realice con trapos húmedos.
ep