Tirar un papel, un chicle o una colilla de cigarrillo al suelo puede ser una solución para sacarla de encima, pero eso no garantiza su desaparición espontánea. Para eliminar un residuo no basta con dejar de verlo, la mejor forma sería tener en cuenta el principio de las Tres R: reducir, reutilizar y reciclar. Pero como esto no siempre es aplicado, será bueno saber cuánto tarda cada elemento de nuestra vida cotidiana en degradarse naturalmente. Al terminar de tomar una gaseosa o un café deberíamos saber que el vaso plástico en el que lo hicimos nos sobrevivirá por 1.000 años. Ese tiempo superará a las pilas, que nos sobrevivirán entre 500 y 1.000 años, si no cayeran al agua y generasen metilmercurio y empeoraran la contaminación. Los arqueólogos de fines del siglo XXV podrán encontrar nuestras botellas de plástico, que durarán unos 450 años o las muñecas de nuestras hijas, que nos sobrevivirán más de 300 años; pero se perderán de ver las coloridas zapatillas que utilizamos, ya que en 200 años habrán abandonado este mundo. Más allá de la preocupación de las autoridades, las bolsas de supermercados solo podremos reutilizarlas durante 150 años; unos años más que los encendedores “descartables” que durante 100 años mostrarán sus partes plásticas y metálicas, contaminando con cadmio, zinc y arsénico a su alrededor. El yogur es sano, pero su envase no se degradará antes de 100 años y la lata de gaseosa, de 50; los aerosoles durarán 50 años, debido a su dificultad para oxidarse, y los tetrabrik, 30, hasta que todas sus capas desaparezcan. Un chicle podremos masticarlo mucho tiempo, ya que se desvanecerá en el ambiente luego de cinco años. Al tirar por la ventanilla una colilla de cigarrillo se está regalando al medio un filtro con los restos de tabaco más cadmio, arsénico y plomo, que no decantará antes de los dos años. Un pañuelo de papel durará tres meses y una caja de cartón dos, igual que el papel de diario. 29 de diciembre de 2016 – ep